02 mayo 2013

La leyenda de Miguel.

Era el 5 de enero de 1387. Se estaba celebrando en los Sepulcros Reales del Monasterio de Poblet el funeral del rey Pere el Ceremoniós. Su sucesor, Juan I, se convertía en rey de Valencia. Juan I también era conocido con el sobrenombre de “el Cazador”, por su afición a dicha actividad. Se caracterizó por ser un rey desordenado. Su reinado fue un desastre, tanto administrativo como financiero, para la corona. Fue un rey con una gran formación intelectual pero cedió parte de la responsabilidad de las tareas de gobierno a su esposa Yolanda o Violante de Bar para dedicarse a sus aficiones favoritas, especialmente la caza. También destinó gran parte del dinero de la corona a promover las artes y las letras, fue un gran mecenas de la época. Con tal reputación todo el pueblo lo criticaba.



Los reyes tuvieron un hijo llamado Miguel. Desde pequeño Miguel ya apuntaba las mismas aficiones de su padre. Era un enamorado de la música. En lo único que no estaba de acuerdo con él era en lo de matar animales, para nada le gustaba la caza. Cuando empezó a crecer, su padre fue consciente de que continuaría desprestigiando a la corona. Como no quería que le pasara lo mismo que a él, empezó a pensar en una alternativa.



Desde 1381, en la ciudad de Valencia, se estaba construyendo una torre de gran belleza. En su construcción participaban los maestros y arquitectos más famosos: Andrés Juliá, José Franch, Martín Llobet y el célebre Pedro Balaguer. La torre se construía en estilo gótico levantino y era de forma ortogonal. El rey decidió que ese sería un buen escondite para la vergüenza que suponía su hijo varón. Desde entonces tomó las riendas de su construcción. Pidió que tuviera una amplia terraza a 51 metros de altura y que se le construyera una espadaña con campanas. Y a su vez el perímetro de la torre debía igualar a las dimensiones de su altura. Para poder acceder a esta terraza se construyeron innumerables escalones, tantos como 207.



Cuando Miguel cumplió 13 años el rey lo llevó de caza obligado. Dijo a todo el mundo que un jabalí lo había embestido y que había fallecido. En realidad, aprovechó para encerrarlo en la torre y hacerlo desaparecer y evitar así las críticas del resto de su familia.



Como lo que más le gustaba a Miguel era la música, todo el tiempo lo pasaba tocando las campanas. Inventó infinidad de toques, repiques y volteos para todo tipo de acontecimientos y señales. A pesar de que los reyes celebraron el funeral de Miguel, las malas lenguas de la ciudad siempre que oían las campanas decían – “Ya toca Miguel”. Y de ahí empezaron a llamar a la torre “Miguelete”.



El niño nunca jamás salió de la torre, y si buscáis en las biografías del rey Juan I el Cazador, veréis que todas dicen que murió sin descendencia masculina. Pero si estáis en buena forma física, atreveos a subir 207 escalones y compartid el espacio en el que vivió y murió Miguel.

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