29 abril 2013

Las gárgolas de la Lonja.

Hace muchos siglos, en la ciudad de Valencia habitaba un noble llamado Ruy Bastos que con su familia había venido de Aragón junto con las huestes del rey Jaime I para repoblar la ciudad. Su residencia se hallaba situada en un palacete cercano a la lonja, lugar donde realizaba sus negocios con mercaderes de otros países. Su fama de hombre despiadado y cruel trascendía las fronteras, pero era respetado por todos debido a sus ataques de ira contra la gente que osaba contradecirle.

Una fría mañana mientras se dirigía con su característico mal humor al encuentro de unos mercaderes, se tropezó con un anciano que llevaba en su mano una jarra de barro y al chocar contra D. Ruy se cayó al suelo haciéndose añicos. En vez disculparse y ayudar al anciano, se puso a maldecir al viejo por haber osado interponerse en su camino con lo ocupado que estaba esa mañana. El anciano sin inmutarse recogió uno a uno los pedazos de la jarra y dando un pase mágico recitó un encantamiento advirtiéndole que si no cambiaba su carácter en una semana, él y su familia se convertirían unas gárgolas que adornarían la fachada de lonja.

D. Ruy creyó que el viejo estaba loco y siguió su camino sin hacer caso puesto que ese incidente le había retrasado en sus negocios. Pasó la semana de plazo y cuando la familia Bastos paseaba cerca de la lonja para ir a la Catedral, apareció el anciano cubierto con una rica vestimenta de hechicero y con una voz profunda que hizo estremecer la tierra exclamó: - “Te di una semana para cambiar de carácter y ser mejor persona, pero tanto tu como tu familia habéis desoído mi consejo y por ello debéis ateneros a las consecuencias”. Con un leve movimiento de su mano izquierda, mientras lanzaba un conjuro en una lengua extraña, levantó un remolino de viento que rodeando al mercader y sus hijos, los convirtió en piedra elevándolos hasta la fachada de la lonja ante la sorpresa de todos los viandantes que por allí paseaban. La noticia del encantamiento de los Bastos corrió por todo el reino como la pólvora. La gente de lugares cercanos venía a Valencia a contemplarlos con sus propios ojos. Desde entonces y hasta nuestros días, si paseas al anochecer por la acera de la lonja y escuchas con atención, se puede oir débilmente los lastimeros gemidos de la familia Bastos convertida en las gárgolas que custodian la entrada del edificio, y que arrepentidas lloran por su situación.

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